martes, enero 03, 2006

Los Pollitos Y Los Reyes Magos

Prudente Arjona - Rota (Cádiz)

El reloj de la plaza estaba dando las seis de la mañana, hacía mucho frío aquel seis de enero, festividad de la Epifanía del Señor, mientras que una treintena de jornaleros esperábamos impaciente a los capataces y manijeros de los cortijos, que como Reyes de Oriente, nos obsequiaran con el jornal de aquel día.

Pronto, en el silencio comenzó a escucharse un repetido: Tú, tú, tú… y pequeños intervalos y pausas entre un tú y otro, que significaban, que algunos de los jornaleros se quedaban en blanco, no siendo elegido para trabajar aquella jornada..

Ese día me acompañó la suerte y fui seleccionado; Tenía el pan asegurado, pues, para juguetes no me llegaría, pero al menos Ana mi mujer y mi hija María, comerían una sopa caliente por la noche. Luego, como regalo le contaría un cuento, hasta que María se quedara dormida.

Colgué mi azada sobre el hombro y tomé la capacha de empléita, que contenía media boba, un trozo de tocino, una navaja, la petaca con medio cuarterón de picadura, un librito de papel de fumar y un encendedor de mecha, y unido con los otros siete compañeros elegidos, nos encaminamos hacia el cortijo “Vaina”, el cual distaba del pueblo, entre doce y catorce kilómetros, que tendríamos que hacer a pie, y de la misma manera el regreso, una vez finalizado el trabajo.

Charlando alegremente por la suerte de ser contratados, caminamos por los caminos y veredas hasta llegar al tajo, cuyo manigero nos “espoleó” al máximo hasta finalizar el trabajo, con un solo intervalo de media hora para comernos las modestas viandas que llevábamos consigo y alguna que otra pausa para liar y fumarnos un pitillo.

Estaba anocheciendo cuando emprendí el regreso. A medio camino, escuche cierto alboroto en unas chumberas, me acerqué y vi a una gallina atrapada en un lazo para cazar conejos, la cual se encontraba prácticamente estrangulada, mientras a su alrededor, media docena de amarillentos pollitos piaban hambrientos y asustados.

Solté a la moribunda gallina de la trampa, pero ésta ya no respondía, por lo que opté por acabar con su sufrimiento a filo de navaja, y tomando los pollitos en mi capacha -que comenzaron de inmediato a comerse las migajas de pan sobrante- reemprendí el regreso, aprovechando el tiempo en desplumar la gallina mientras caminaba.

Como podéis imaginar, Ana se llevó un extraordinaria sorpresa, pues aquella noche de Reyes podría comer carne. Así que mientras me aseaba en un perol de zinc con agua de la aljibe del patio, mi mujer tomó las vísceras y cortó tres filetes de la pechuga del ave (Toda la gallina era mucho para una sola vez) que junto a varias patatas que le quedaban del guiso anterior, preparó una suculenta cena para los tres.

Cuando acabamos, Ana, mi hija se abrazó a mí, pidiéndome que le contara un bello cuento de Reyes Magos. Entonces creí el momento de entregarle mi custodiado regalo, por lo que le pedí que trajera mi capacha, la cual colgué en el patio para que no se percatara de la sorpresa que le aguardaba.

Cuando María abrió el capacho, dio un tremendo grito de alegría, pues no podía creerse semejante regalo. Con los ojos encendidos se agarró a mi cuello y me cubrió de besos, indicándole que al encontrarme con Sus Majestades, y que éstos me habían rogado que le entregara los pollitos como regalo, a sabiendas de que los cuidaría y los mimaría.

Aquella noche María se olvidó de la narración del cuento, prefiriendo jugar con los pollitos, que había introducido en una caja de cartón.

Tanto Maria, como su madre y yo, recordamos aquel providencial milagro, como la mas extraordinaria e inolvidable historia de los Reyes de Oriente, que como Magos que son, nos brindaron la mas mágica noche jamás vivida.

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